En este tiempo acelerado y productivista, nos movemos por los lugares y por las palabras con prisa, con avidez por encontrar un resultado. Como cazadores o comerciantes que no se fijan en los pájaros ni en la poesía, todos los milagros nos pasan desapercibidos.
El río, de Esther Kinsky, simplemente no permite hacer eso. ¿Sabéis esos pasajes que a menudo nos saltamos cuando vamos leyendo? Los paisajes, las descripciones, ese rato en que el texto se demora en una escena. Pues esa es exactamente la materia de este libro. Una escritura del detalle y de la atención que obliga a ir despacio y no requiere llegar a ningún final. Y así, de algún modo nos revela que esos mismos pasajes que nos saltamos en los libros… también nos los estamos saltando en la vida.