Entre las mujeres se constata un clima de resentimiento relacionado con las dificultades para acceder a trabajos remunerados, para participar políticamente, para obtener salarios equivalentes a los de los hombres. Y también con la resistencia de los hombres a asumir las responsabilidades domésticas. Bajo esa hostilidad late un sufrimiento que no se explica por la pobreza relativa de las mujeres, ni por su sobreexplotación, sino por la falta de respeto que los hombres manifiestan en sus prácticas hacia los cuidados cotidianos de la vida humana.